Escritos
Descubrir siempre es un refugio. Gracias por leerme félidos.

Me levanté un poquito adolorido, seco, respirando bajito. Revisé dos Visiones y me puse a estirar la vida. Un café sin pan, sin mugre, sin vacilaciones, pero con cierto dulzor.

Mire a la ventana y presentí llovería. Así que apuré una camisa, desanudé la barba y cerré por fuera mientras aún sonaba algún éxito de los noventa.

Entré al Bajotierra como si fuera uno más, me enfilé y encaje entre los espacios interpersonales como si fuera uno menos.

Envuelto en mi prosa no advertí la estación una vez más y me tuve que regresar una menos.

Subí al centro de la ciudad, caminé hasta dónde está alguno de los señores que venden futuro inmediato.

- Deme el más rápido.

- Va calado, va garantizado.

Me dio mi cambio.

Dinea, que es psicóloga; me escribió en ese momento:

- ¿Vas al Zócalo?

- ¿Te espero?

- ¿Lo harás?

Ya no respondí.

Hace días que pienso en la jefa y sus cosas. Cómo si pudiera atravesar las distancias y la materia misma con el pensamiento con el único fin de desaparecer el titipuchal y disolver mis ansias.

Caminé hacia la Latino, pensando que en estas calles más vale estar atento pues no falta él que te saca la cartera…

- ¡La cartera!

Minúsculo detalle; hace semanas que la perdí, cargo sueltas en el pantalón unas tarjetas inútiles y una identificación vieja.

Ese día, se me cayó enfrente de una fila de personas y nadie me advirtió. Cuando regrese a buscarla y preguntar, se miraban entre ellos, pero no dijeron palabra. Recuerdo haber pensado algo molesto: ¡A veces así de pobre es nuestra alma!

Me levantaré el castigo; compré un pedacito de animal ficticio y dobladito para guardar micro caos.

Me enfile de nuevo, esta vez rumbo a Coapa donde aún se ve el 2017 y si respiras hondo también se percibe su olor.

La jefa dejará hoy de vivir ahí y en una mudanza nunca sobra una mano ni tampoco unas palabras. Se empacan recuerdos, se barre el alma y se abren nuevos capítulos.

- ¿Te sirve esto?

- Sino me llegará a servir, también lo redimiré.

La jefa intenta no conservar, pero le es difícil; la vida te va dejando trastes, papeles, polvo y experiencias.

A mí me da miedo un día no dejar de soltar; cada día aceptó no estar por encima de las enseñanzas de la vida, pero el mismo miedo tiene su manera de dejar claras sus lecciones.

Terminamos de empacar y antes de que las últimas cajas partieran, me despedí de la jefa y de Coapa.

Abordé una vez más la misma ruta que me llevaba a la Universidad y me sorprendí de lo lejos que estaba ahora de esa casa.

Las noches de domingo casi siempre son largas y aún puedes esperar que suene una llamada...

Contesté.

- ¿Bueno?