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Escritos
Descubrir siempre es un refugio. Gracias por leerme félidos.

La madrugada me encontró despierto, con los ojos clavados en el techo, el insomnio tejiendo telarañas en mis pensamientos.

La oscuridad se confabulaba con el silencio para amplificar el eco de tu ausencia, cada tic-tac del reloj era un recordatorio de tu ausencia. Las palabras se agolpaban en mi cabeza, un torrente de emociones que desembocó en un desahogo nocturno en el Fehaciente, un grito silencioso en la inmensidad de la red, donde las palabras se pierden como lágrimas en la lluvia.

Cerré los ojos con la falsa promesa del descanso, pero el sueño fue un espejismo fugaz. Apenas logré conciliar el sueño cuando el despertador, implacable, me arrancó de la cama para enviar el contrato de la tienda de regalos, un trato que se cerraba mientras mi mundo se reorganiza, como un rompecabezas al que le faltan piezas.

Las horas se sucedieron entre informes y bases de datos, números y clientes, una vorágine laboral que me mantuvo a flote, un remolino que me impedía hundirme en la melancolía. Revisé cada nombre, cada cifra, con la esperanza de encontrar en ellos un sentido, una razón para seguir adelante.

Al caer la tarde, el salmón y los perritos de mi amiga, esas pequeñas criaturas llenas de alegría, me regalaron un momento de tregua, un bálsamo para este apesadumbrado corazón. Sus ladridos, sus juegos, su amor incondicional, me recordaron que la vida sigue, que hay razones para sonreír.

Pero la noche trajo consigo el regreso del dolor de cabeza, un gigante invisible que pretendía derribarme, pero al que me enfrentaría con la mísera valentía con la que he enfrentado todos los desafíos de mi vida.

Por ti me enciendo cuando sueño que te tengo que tener...

Hoy desperté con la melodía de Silvio Rodríguez enredada en mis pensamientos, "El Necio" resonaba en mi, con esa historia de un corazón terco que se aferra a una ilusión. ¿Soy yo el necio que se niega a aceptar la realidad, que aún te busca en los resquicios de la memoria? 

Un mal sabor de boca, amargo como la hiel, me acompañó desde el amanecer. El médico confirmó mis sospechas: el estrés de estos días se manifestaba en mi boca, una somatización de la angustia, una señal de que el cuerpo también sufre las heridas del desencuentro. 

Dos veces fui al supermercado, llenando el carrito con cosas innecesarias, buscando en el consumo un bálsamo para este vacío. Un acto reflejo, quizás, una forma de llenar el vacío que dejaste con objetos, con la ilusión efímera de la satisfacción inmediata.

Luego, la junta con el nuevo cliente, un proyecto de envío de regalos, irónico, ¿no? Regalos para otros, mientras yo me siento desprovisto de todo. Una paradoja que me hace cuestionar el valor de las cosas, la importancia de lo material frente a la fragilidad de los sentimientos.

Al final del día, el dolor de cabeza regresa, un martilleo incesante que me recuerda tu ausencia. El cuerpo reclama su espacio, me recuerda que no somos esa máquina perfecta que algunos dicen, que las emociones también pueden ser un bug del sistema imperfecto.

Y mientras el agua de la ducha recorre mi cuerpo, pienso en ti, en tu ex esposo, en esa "bolsa de basura" que ahora representa a todos los hombres en tu mundo. ¿Será que yo también terminaré siendo un desecho en tu memoria? Un pensamiento que me llena de tristeza, pero también de una extraña rebeldía. No quiero ser un desecho, no quiero ser definido por tu rencor. Me aferro a la idea de la resiliencia, a la capacidad de superar la adversidad, de renacer de las cenizas.

 

Volví a perder otro amanecer.

Y también la oportunidad de verte y notar, lo sobrenatural.

Recordé que no seré de esta tierra por siempre un residente.

Y a donde voy tú no estarás.

Anoche, las imágenes de District 9 se escapaban del televisor como una cascada de píxeles, pero mi mente estaba en otro lado. Los extraterrestres hacinados en ese gueto improvisado, víctimas de la discriminación y el abuso, no lograban captar mi atención del todo.

Recordaba tu risa, tus ojos brillantes, y me preguntaba si alguna vez me habías mirado con la misma compasión con la que yo observaba a esos seres desplazados.

Una punzada de tristeza me recorrió el cuerpo al darme cuenta de que, en el fondo, yo también me sentía como un extraño en mi propio planeta, un "saco de huesos" incomprendido en un mundo que no me valoraba.

Hoy, me refugio en el trabajo, en los diseños de las nuevas motos eléctricas de mi cliente. Las líneas aerodinámicas, la potencia silenciosa de los motores, la promesa de un futuro más limpio y sostenible... todo eso me ayuda a evadirme, a concentrarme en algo que tiene sentido.

Pero al final del día, cuando la oficina se vacía y las luces se apagan, vuelvo a sentir el peso de tu ausencia.

El silencio me envuelve como una sábana fría, y busco refugio en la pantalla del móvil, navegando sin rumbo entre rostros anónimos y promesas vacías. Presiento que habrán más noches así.

Cierro los ojos, agotado, derrotado... y me duermo con el eco de tu nombre en los labios.